Cartel publicitario de la película |
La
película Sex Tape: Nuestro Video Prohibido cuenta la historia de Jay (Jason
Segel) y Annie (Cameron Díaz) una pareja que cuando se conocieron tenían una
conexión romántica muy fuerte, pero diez años y dos hijos después la pasión que
alguna vez sintieron se fue apagando y buscan desesperadamente una manera de
volver a encenderla, y para hacerlo, tienen la idea de grabar un video porno.
Pero como expresa gran parte de la
sinopsis de esta película la pareja quiere reiniciar la intimidad, se dan
cuenta de que ya la emoción o la motivaciones que los inspiraron en un inicio
no retoman, por el contrario sus lívido no se sienten lo suficientemente inspirado
para hacer el coito. La solución: recurrir a filmarse para generar atención
propia, utilizando un libro sobre sexo y poniendo en práctica las recetas ahí
plasmada para ello. Pero luego descubren que el video se ha sincronizado con
una serie de dispositivos que dieron como regalo de navidad, convirtiendo su
privacidad en algo público, y temiendo estar a punto de ser vistos por sus
amigos, familia y compañeros de trabajo, comienzan una aventura hilarante para
borrar el video.
Bueno, el punto esencial de este
escrito no es la película en sí sobre el mensaje que trata de mostrarnos en
primer plano, ni mucho menos sobre Cameron Díaz quien luce radiante en la
misma, sino tratar de entender el interés de Hollywood de querer exponer en sus
películas escenas donde el norteamericano promedio ve con naturalidad el
consumo de drogas, en este caso la cocaína.
Sí. Dentro de la situación creada se
presenta la una escena corta donde un personaje con un poder adquisitivo alto tiene
como pasatiempo consumir cocaína a la cual es invitada Annie, ella acepta para
hacer tiempo mientras su marido busca el vídeo. ¿Podría darse otra escena, en
vez del consumo de cocaína? Claro que sí, hay todo un mundo de posibilidades.
Pero estas escenas son recurrentes en todo tipo de producción fílmica
hollywoodense que ponen a los actores en estas circunstancias como una
costumbre normal de cada hogar con poder económico en ese país.
Quizás usted dirá, ¡ha pero si es solo una película! Además es divertida. Pero si sumamos a ello, cada instante o
momento donde se reproduce este acto, en las innumerables películas y series,
el lavado de cerebro es impresionante. Uno más uno, es dos. Se pondrán a pensar
los productores, o guionistas de los esfuerzos que realizan los países por evitar
el trasiego de drogas hacia los Estados Unidos, donde se gastan millones de
millones de dólares en infraestructuras, armamento, recursos humanos, etc., que
no se tienen pero se invierten con el fin de detener este comercio letal.
Mientras en las calles latinoamericanas se matan jóvenes por el control de los mercados, aumentan las pandillas que se vuelven un problema insoportable y no hay formula para acabarlas, pues los recursos para programas preventivos y de re-socialización, no existen. Solamente en
estos últimos meses en Panamá se han incautado varias toneladas de drogas, y
sin embargo los estadounidenses no bajan las cifras de ser el país con el mayor
volumen de consumo de éstas y otras sustancias conocidas como drogas.
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